El poder de la palabra de Dios
Entonces dijo el sumo sacerdote Hilcías al escriba Safán: He hallado el libro de la ley en la casa de Jehová. E Hilcías dio el libro a Safán, y lo leyó … Asimismo el escriba Safán declaró al rey, diciendo: El sacerdote Hilcías me ha dado un libro. Y lo leyó Safán delante del rey. (2 Reyes 22:8, 10)
2 Reyes 22 comienza la historia de Josías, uno de los mejores reyes de Judá. Durante su tiempo, hubo un arrepentimiento y un avivamiento maravilloso en Jerusalén y toda Judá. Estos versículos nos muestran que comenzó cuando hallaron el libro de la ley en la casa de Jehová.
Es triste pensar que alguna vez perdieron la palabra de Dios, que el libro tenía que ser hallado. Según Deuteronomio 31:24-27, debía haber una copia de este libro de la ley al lado del arca del pacto, comenzando en los días de Moisés. La palabra de Dios estaba con Israel, pero fue muy descuidada en aquellos días.
Era tan descuidada que 2 Reyes 22:8 nos tiene que decir que lo leyó. Parece notable que esto fuera digno de mención: que el sumo sacerdote encontró la palabra de Dios y un escriba la leyó. ¡Era una noticia sobre la que valía la pena escribir!
Mejor aún, lo leyó Safán delante del rey. Vemos que la palabra de Dios se dispersó. Había sido olvidada y considerada como nada más que un libro viejo. Ahora fue encontrada, leída y compartida. Debemos esperar el avivamiento espiritual y la renovación a seguir.
A través de la historia del pueblo de Dios, cada vez que la palabra de Dios es recuperada y difundida, sigue avivamiento espiritual. Puede comenzar tan simple como lo hizo en los días de Josías, con un hombre encontrando y leyendo, creyendo y compartiendo el Libro.
Otro ejemplo de esto en la historia se ve en la historia de Peter Waldo y sus seguidores, a veces conocidos como Waldenses. Waldo fue un comerciante rico que vivió en el siglo XII y renunció a su negocio para seguir radicalmente a Jesús. Contrató a dos sacerdotes para traducir el Nuevo Testamento al lenguaje común y, utilizando, comenzó a enseñar a otros. Enseñaba en las calles o donde pudiera encontrar a alguien que lo escuchara.
Mucha gente común vino a escucharlo y comenzó a seguir radicalmente a Jesucristo. Waldo les enseño el texto del Nuevo Testamento en el lenguaje común y fue reprendido por los funcionarios de la iglesia por ello. Él ignoró la reprimenda y continuó enseñando, eventualmente enviando a sus seguidores de dos en dos a pueblos y mercados, para enseñar y explicar las Escrituras.
Las Escrituras fueron memorizadas por los Waldenses, y no era inusual que sus ministros memorizaran todo el Nuevo Testamento y grandes secciones del Antiguo Testamento. La palabra de Dios –cuando se encuentra, se lee, se cree y se difunde– tiene este tipo de poder transformador. ¡Léela y créela hoy!
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